miércoles, 28 de diciembre de 2016

jueves, 22 de diciembre de 2016

Cinco milímetros permanentes

Media jarra de vino
guitarra oxidada
Arena en los ojos
postal del encierro
Será el monte mi escuela,
no el desierto
no  

Las plantas aquí son delito
La calle acumula cuerpos que nadie ve

Descenso al infierno de la razón
Bienvenidos a la galaxia del hielo
La ciencia manda

Volveremos dicen, y yo no sé
Volveremos a una patria remojada en leche
a un laurel mustio
al latir descremado de los tibios
En el mejor de los casos, volveremos allí

Buenos Aires
cinco milímetros permanentes horadan las huestes de la memoria
y por los cuatro bordes
los mercenarios de la ocasión
arrancan las flores para sembrar cadenas

Es nuestro deber resguardar las brasas en el bajo tierra
entre los escombros
Que nunca se apague el calor
Sepamos
que esta es una guerra perdida

Tienen todas las bestias la pólvora y los camiones
No hay forma de vencerlos allí
No hay forma 

Pero no tienen la magia
la paz en el vientre
Ignoran que el pecho puede partirse con una  mirada o una caricia
Que si la voz tiembla y las manos traspiran vale la pena,
si no no
Ignoran la poesía, ignoran
que cuando la callan rebalsa
que el puño alzado emerge siempre del submundo y cuando ocurra
recién entonces
volveremos
Griselda Perrotta

domingo, 18 de diciembre de 2016

lunes, 12 de diciembre de 2016

FRONTERA ranking 50 libros del año

Mi libro "Frontera" fue incluido en el ranking de los 50 libros del año en la Categoría Relatos de Autores Argentinos. Hasta el 17 de diciembre se puede votar para que quede entre los primeros diez mandando un mensaje por inbox al perfil de Selección Literaria, entrando por aquí. 




domingo, 4 de diciembre de 2016

La hechicera

Hay un solo poema que habita todas las cosas y que me habita
Habita a todas las madres y a todos los hijos
Los hombres que alguna vez me amaron y los que nunca supieron

Nombro mil veces los mismos rincones y estoy en ninguna parte
Digo
el resquicio de los amantes que no coinciden y también digo su distancia
Su cobardía
Como si la palabra redimiera esa ausencia repetida acaso tantas veces que ya me es familiar

La locura es un lugar lejano
Una excusa que no me sirve como no lo hizo nunca
Yo soy en cambio cordura

Voy a encomendarme al cielo y abandonar la esperanza de que allí exista un dios
Uno que me condene
No necesito el perdón
tampoco la calma

He reposado lo suficiente

Bajo un lecho de hojas muertas
húmedas
petrificadas por la escarcha de la mañana azul en la que no supieron quererme

Pasé allí mucho tiempo y vi
Vi a los gusanos nacer de la nada y atravesar lo que alguna vez tuvo vida
Qué palabra insensata, vida
Cuánta exigencia impone

Debo estar alucinando cuando digo que algunos peces son capaces de volar
pensaba
pero los vi
Saltar del agua y chocarse en el aire las panzas
Batir las aletas con los ojos abiertos
Y quise ser pez

Y supe volar como nadie imaginó que podría

Decían que mi lugar era el agua y es posible que sea cierto
Pero tenía intención de volar y no estuve sola
al menos aquella vez

Aunque los peces

Son tantos adentro del agua que te hace pensar

Y los gusanos, sí
también me acarreaban

Siempre fui muy insegura

Y la parte más cruel fue comprobar que
cada
límite
es
falso
Ese fue mi pecado

No necesito un dios que venga a crucificarme
Lo pude descubrir sola

Nada prefiero ya nada elijo

Descifré el patrón de cada punto en la muralla de mis confines
que son también los confines del mundo

Este no es un mundo cualquiera

Aquí los peces pueden volar y los gusanos aparecen si los miro

Yo les doy vida y los alimento

Me declaro responsable de lo aberrante y también de la magia

Traigo la voz de los sin causa

Vengo a decirles la libertad 
Griselda Perrotta

sábado, 19 de noviembre de 2016

La misma canción

Que al final éramos eso
El viento agitando la ventana
vos cruzando la ruta
De fondo una película vieja
La alfombra sucia
Los mechones enredados que me tapaban los ojos
Y yo
otra vez
clavando los talones para no ceder
Buscando ramas secas de donde aferrarme
porque en ese abismo no hay nada

Escuchá el chasquido
las hojas se rozan con soberbia
Parece que aplaudieran
las muy idiotas

Es siempre así en este punto
Como si el viento pudiera presagiar mi destino
repetido
repetido
repetido
y lo festejara

Odio al viento, odio a los árboles y a las ventanas
que siempre me anuncian retornos a lugares donde no quiero estar pero estoy
Un pasaje a ninguna parte
Eso fuiste

Porque las vueltas en redondo podrán marear un poco pero no es nada

Me sé el cuento de memoria, y sé
que cuando termine quedarán
invariablemente
la alfombra sucia
los mechones enredados
vos cruzando la ruta
y de fondo
siempre
la misma canción 
Griselda Perrotta

lunes, 31 de octubre de 2016

Para siempre es demasiado

Para siempre es demasiado no le crean a la montaña
ni al sol
o más bien pregúntenles
Pregúntenles que ellos saben

La montaña sabe que el viento y el agua son su amenaza
El sol sabe que se está apagando
Saben los árboles cuando soportan nidos en primavera y también sabe primavera
Hasta el cielo si uno se fija

Porque tarde o temprano
y esto es ley
solo quedará el mar 
Griselda Perrotta

domingo, 2 de octubre de 2016

A mí la muerte

A mí la muerte me sigue hace rato
la siento
el día entero

Se para detrás ni bien me levanto
Me apoya las manos en las caderas
Me roza la espalda y con dulzura me huele, a mí
la muerte

Nos gusta el ritual
Nos conocemos
Tanto que ya ni nos saludamos
Como los matrimonios tristes

La muerte es varón ¿qué pensaban?
Varón
Se le nota en las manos

Con sus gestos me invita
Nunca hablamos pero entiendo:

No piensa llevarme hasta que se lo pida
Está esperando de mí la palabra
Y yo
no quiero decirla
Griselda Perrotta

martes, 20 de septiembre de 2016

Presentamos la reedición de FRONTERA

Algunas fotos del evento donde presentamos la segunda edición de FRONTERA, mi primer libro de cuentos. Aquí el álbum completo.
Podés comprar el libro acá.





domingo, 11 de septiembre de 2016

el hueco

No esperaba demasiado
te confieso
Hoy las distancias me resultan exageradas

Tuve un paso efímero por cada mundo que entendí que existía
Solo para comprobar que cada mundo era igual
y un escalón antes de la cima saltar
de todos
con la ciega esperanza de que en el siguiente estuvieras

Ahora entiendo más
Entiendo
Que hay un punto donde al final todas las cosas confluyen
Nosotros también

Entonces moverse tanto ya pierde sentido

Este poema si te fijás
por ejemplo
es el mismo que vengo escribiendo de siempre
Hasta en mis cuentos vas a encontrarlo
el mismo el mismo
Cambian las palabras, nunca el poema

El secreto es encontrar ese instante donde las cosas desaparecen
Las cosas y las personas
Y ves solamente un hueco lleno de nada
donde estamos vos, yo, todos
Que somos el hueco
y también la nada

En ese punto cobra sentido
Te das cuenta de que vencer, escapar, nacer, morir, ser derrotado
no cambia en absoluto el resultado de nosotros
De lo que somos nosotros
Siempre es el hueco
Y adentro el hueco, la nada


Cuando eso ocurra
Cuando encontremos el punto
Vamos a relajarnos
Vamos reírnos
supongo
de las cicatrices que nos hicimos solos
de los vasos que arrojaste a las paredes
de cada beso que no nos dimos

Vamos a entender que al final era lo mismo porque no hay forma de escaparle al punto
Al hueco, quiero decir
Tan seguro de sí mismo que ni necesita succionarnos

Entonces vamos a mirar con nostalgia
Con mucho cansancio, también
Pero por fin vamos a ser libres
Te juro que va a ser hermoso


La pregunta, mi vida:
es qué hacemos mientras tanto
Griselda Perrotta

pago

Pago con mi cuerpo aquel instante de lucidez

Busqué
sabe dios cuánto
Un dios, todos los dioses
Para ver solo fracaso en cada capítulo
en cada libro

Pago
aunque nunca haya sido mi guerra y no existan tierras ni honores
Pago
con lo que nunca quise y lo que nunca tuve
Pago esta deuda que nunca fue mía
como tampoco es mía la eternidad
aunque se la hayan robado

Por ellos
pago también

Griselda Perrotta

ojalá

Ojalá hubiera alguien registrando nuestros actos
Analizando las fotos,
cada opinión publicada

Ojalá a alguien le importe si pensamos de más,
hablamos excesos o hacemos de menos
Que cada expresión de odio quedara escrita en alguna parte
En tinta
También las de amor

Que alguna sombra se enoje y traspase las dimensiones
Que se apersone y nos ajusticie
Al fin de cuentas lo merecemos

Que se ofenda del todo algún dios
O que el diablo nos baje el pulgar

Ojalá a vos te importara con quién voy a pasar la noche
y a mí
saber si cenaste o qué vas a desayunar

Ojalá que alguien registre estas líneas
Ojalá que a alguien le importe
le ofenda
le emocione
lo que tenemos para decir

Ojalá a alguien le parezca que vale la pena hacernos callar
Griselda Perrotta

jueves, 1 de septiembre de 2016

Segunda edición de FRONTERA

Mi primer libro de cuentos se agotó. El 3 de septiembre presentamos la segunda edición. Podés encargar tu ejemplar acá.



martes, 2 de agosto de 2016

El impostor

Tener un hermano es grave. Pero compartir el vientre es aberrante. “¡Es un error!”, gritaba cuando vi que el idiota empezaba a separarse. Debíamos estar en el día cinco. “¡Es un error!”, más fuerte, pero nadie escuchaba. Miré alrededor y era tarde: estábamos implantados.
Para la primera ecografía el impostor ya tenía su propia bolsa, formada, enterita. Y más: tenía un corazón suyo, que le latía y todo. Me indigné. Estaba preocupado pero no tanto. Sabía que, en cuanto lo viera en la pantalla, mamá iba a darse cuenta de la estafa; ella se iba a dar cuenta de que su hijo era yo. ¿Acaso las madres no saben todo? Pero no. La muy traidora se puso feliz. ¡Feliz! De que me estuvieran usurpando el útero, ¡mi útero! Quise avisarle, grité más fuerte, pero no escuchaba. ¿Dicen que madre e hijo se comunican? Pavadas. Yo hablaba y ella, como una idiota, se acariciaba la panza todo el día, y encima hablaba en plural, como si los dos fuéramos hijos. Le empecé a dar acidez, para que aprenda. La reventé como por tres meses. El imbécil ya tenía dos huecos que parecían ojos pero todavía no los abría. No se animaba, calculo. Sabía que todavía yo no llegaba, pero en algún momento sí, ya iba a ver, cuando tuviera brazos, cuando tuviera piernas. Le iba a reventar la bolsa a patadas. Pedí hablar con alguien pero ni respondieron. Tenía poco tiempo: había que deshacerse del farsante antes del parto. Después iba a ser más difícil. Trataba de sacar todo lo que podía del cordón y que a él le quedara poco, pero nada. Noté que además de bolsa tenía su propio cordón. Las había pensado todas.
Ahí sí empecé a asustarme. Como fuera, me iba a defender. Ya pasaban cuatro meses. Yo tenía las piernas fuertes. Empecé a patearlo al tramposo, con furia. Quería romperle la bolsa y después, con los brazos, que ya tenía, iba a partirle la cara. Pero no pasaba nada. Yo pateaba y él seguía, ahí, comiendo, fresco. Y mamá, mamá peor, cuando yo pateaba ¡se ponía contenta! Y decía “¡mirá, mirá, se están moviendo!” Y entonces otra gente, extraños que yo no conocía, le ponían las manos en la panza, y yo sentía esas manos, que a veces estaban frías y me desconcentraban. Yo no me estaba moviendo. Estaba tratando de matar al infiltrado antes de que fuera tarde.
Y ahí, recién ahí, me di cuenta de lo peor: no íbamos a entrar los dos. Me asusté mucho. Alguno tenía que morir. Tenía que asegurarme que fuera él. Seguía pateando con fuerza pero no podía alcanzarlo. Bastardo. En un momento el roñoso me empezó a mostrar el pito. Yo me sentía muy solo. Cada vez que mamá iba al médico, o a controlarse, todo era algarabía, todo era dicha. Nadie se daba cuenta de lo grave que estaba pasando adentro. Cuando a mamá le pasaban el gel frío por la panza yo ya empezaba a mover los brazos, para que cuando me vieran se dieran cuenta de que tenía algo importante para decir. Pero cuando aparecía en la pantalla agitándome desesperado, escuchaba a los idiotas decir “¡Ay qué lindo! ¡Está saludando!” Saludando. Estaba pidiendo auxilio. Desesperado, pidiendo auxilio.  
Y en un momento, como a los seis, el traidor abrió los ojos y me miró raro, con odio. Noté que no me tenía miedo. Se estaba burlando. Él sabía, y yo sabía, los dos sabíamos, pero sobre todo él sabía, que el único hijo de mamá era yo, y que él era un ocupante. Desde ese día me clavaba la mirada todo el tiempo, para controlarme, se ve. Ya estábamos tan gigantes que no había más lugar. Y no lo decía yo. Lo decía el médico. Los dos escuchamos cuando le dijo a mamá “no hay lugar para los dos”. ¡Pero si yo sabía! ¡Lo sabía de hacía un montón! Y no quería ni pensar, si había podido escabullirse hasta la panza, lo que este nosferatu nos iba a hacer si salía. No podía permitirlo. ¿Qué hacer? Estaba abrumado. Un
esperpento como éste era capaz de matarnos.
El médico dijo que no había lugar y mamá se preocupó. Le preguntó qué podía pasar, y ahí paré la oreja, porque capaz daba alguna idea. Y me la dio. Le dijo varias cosas que podían pasar, yo escuchaba y no podía intervenir. Hasta que dijo que “en caso de existir una presión desigual del cuerpo del feto en la membrana, ésta puede romperse en forma prematura y causar riesgo”. Mamá pidió que le explicara más y ahí entendí: si se abría alguna de las bolsas cuando estábamos en la panza, el habitante podía morir. Tenía que ser él.  
También dijo que, si para la siguiente ecografía empeoraba, iban a programar una cesárea antes de la fecha estimada. No entendí mucho, pero tampoco podía arriesgarme a que naciéramos los dos vivos.
Puse todo en destruirlo. Lo empujé, mirando fijo, constante, para que recibiera. Al principio el impostor me enfrentaba, pero de a poco empezó a ceder, porque yo empujaba con todo y a él se tenía que apachurrar, así, cada vez más. Tenía que lograrlo antes de la siguiente ecografía.
Y un día pasó. Vi cómo su bolsa se empezaba a rasgar, como un papel. No, como un papel no. Como una tela. No, no. Como un churrasco. Eso, como un churrasco. Él entendió enseguida lo que le estaba pasando. A mamá le llevó más; recién cuando sintió el líquido chorreándole entre las piernas. Fuimos los tres al hospital y pasó algo que no esperaba: le abrieron la panza con un cuchillo y nos sacaron a los dos. Fue todo rápido. Yo todavía no estaba listo, el imbécil tampoco. Yo lloraba, gritaba, quería avisarles que me dejaran, que afuera íbamos a morir, pero no me hicieron caso.
Nos separaron de mamá y nos metieron en dos cajas transparentes, con una luz fuerte, nos llenaron de cables, con ropa y pañales. Hacía frío, todo era blanco y de metal. Mamá venía, se sentaba y lloraba. Yo también lloraba porque no quería verla triste. Pero el bastardo ni se movía, y cada tanto venían corriendo y empezaban a cambiar sus cables; se ve que lo controlaban de cerca, por peligroso. Hasta que un día se escuchó un ruido finito, seguido, vinieron todos corriendo y lo estuvieron revisando, después le sacaron todo, lo envolvieron y lo llevaron, desenchufaron su lado, le sacaron la cajita y le apagaron la luz. Ese día mamá estuvo todo el tiempo al lado mío, llorando fuerte. Yo estaba contento porque por fin se habían dado cuenta que el otro era un infiltrado. Quería salir. Tenía que consolarla. Al principio no entendía por qué ella estaba tan triste, pero un día mientras lloraba gritó algo así como “¡muerto por quééééééééé!”, así largo dijo, ééééééééééé, y entendí que al irritante no se lo habían llevado. Había muerto. Ahí me sentí mejor. Pero mamá seguía triste, se ve que la había engañado y ella también creyó que era el hijo.
Me puse bien para ayudarla y como a la semana ya me empezaron a sacar. Mamá me agarraba a upa. A los dos meses más o menos vinieron todos, me revisaron, y vi al médico firmar papeles. Después una chica me dio a mamá y vinimos juntos a casa.

En mi habitación además de mi cuna hay otra vacía y muchas cosas repetidas. Yo creo que ella pensaba que el monstruo se iba a salvar y venía a vivir con nosotros. Por suerte de esa zafé.
Mamá siempre estuvo triste, ella es triste. Fueron dos años y sigue triste. Pero nada más cuando hay otra gente. Cuando estamos solos no.
Me gustaría que mamá no hiciera esas cosas raras, como comprar dos juguetes, o usar tres platos en la mesa aunque sólo seamos dos, ella y yo.
Para que siga contenta yo en casa hago como que lo veo en la cuna, acostado, y le hablo, o en la cena cuando ella se da vuelta a buscar algo me como rápido lo del plato que sería para el farsante, cosas así. Cuando estamos solos ella dice “ustedes, ustedes”, como si la bestia compartiera y nos atendiera a los dos. Pero lo hace si no hay nadie. En el jardín, el supermercado, en el doctor, con gente del trabajo, con las amigas o los abuelos nunca pero nunca le habla al fantasma. Solamente se pone rara y la ven triste, y todos comentan que mamá es triste porque el otro se murió días después de nacer.
¿Y yo? ¿No alcanzo yo, que estoy vivo, que soy el hijo? ¿Para qué quería a ese impostor?  Igual algo le habrá hecho en la cabeza a mamá, se ve que tenía poderes, porque sigue convencida de que el monstruo vive acá. Y cuando estamos solos por eso es que está contenta. Sí, ya sé, que yo la ayudo, comiéndole la comida, desarmando su cuna, dejando juguetes en lados raros, como el mueble de las escobas o la mesita de luz, para que ella los encuentre. Pero no me animo a decirle. Tengo miedo de que mamá empiece a ser triste también en casa. Voy a seguir así, haciendo mis cosas y las cosas del monstruo, para que mamá no se entere de que se fue para siempre. Total soy fuerte y puedo.
Griselda Perrotta 


martes, 5 de julio de 2016

La llamada (*)

Es muy temprano o anoche todavía. El despertador quiere taladrar pero fracasa, ya estoy despierta, nunca me duermo. Vivo cansada pero en vela. Culpar al bebé no puedo. No se culpa a los bebés. Al padre que durmió toda la noche, sí; que no se levantó en ninguna teta, sí; que no cambió ningún pañal, sí. Por meses.
Me acuesto última y me levanto primera. Hoy es miércoles 15 de junio. Mitad de mes, mitad de semana y mitad del año, el peor día: ya no hice la mitad de las cosas.
Me visto yo, visto al bebé y él me da un mate. Lo odio.
Lo veo despedirse y salir antes y, otra vez, lo odio.
Salimos corriendo. Tengo frío y además llueve. La capa impermeable sobre la cabeza nos cubre a los dos. Parezco un linyera.
Quince minutos más y hubiera salido a tiempo. Quince minutos más y no llegábamos tarde. Quince minutos más y yo elegía mi ropa. Quince minutos más y me lavaba los dientes. Quince minutos más y no olvidaba la llave. Pero nunca hay quince minutos más, yo nunca tengo quince minutos más. Si el padre no hubiera salido antes diciendo que arranca temprano, si anoche hubiera preparado las cosas para el bebé, si esta mañana me hubiera ayudado a vestirlo, si nos hubiera alcanzado en auto aunque vaya para otro lado, tal vez si alguna de esas cosas hubiera pasado, al menos una, tal vez sí tendría quince minutos y no estaríamos llegando tarde. A la guardería que elegí yo, porque me queda cerca de donde trabajo. Yo.
No queremos llegar tarde. Camino casi corriendo, no mucho, lo que se puede, pero el colectivo no nos espera. Todo me pesa mucho pero no entiendo cuán mucho. Pesa demasiado. Por lo menos veinte kilos me cargo encima, bolsos, cartera y bebé. Se soporta porque es gradual, aumenta de a poco. Dos kilos, tres, cinco, ocho, doce, quince, veinte. Ahora son veinte. Y encima llueve. Y vamos a llegar tarde. ¿Necesito trabajar? Sí, claro, el alquiler, las expensas, los gastos, la obra social. Y la guardería. Eso ni se pregunta. Siempre hay que trabajar. Y hay que ser madre del bebé, nadie puede hacer eso por mí. Pienso, siempre, si habrá otras opciones, pero es como estar abrazada a un trompo; y sé que abajo está el suelo, que si me atreviera a apoyar la mano el trompo se detendría, rodaría descontrolado conmigo encima, terminaría roto, pero al menos se detendría. Este punto desquiciado existe solamente porque yo existo. Sin mí no hay trompo, el bebé tiene más madres, el padre trabaja por todos. Sin mí el mundo es otro. Pero el cambio es sacrificar, no sé si me atrevo, porque algo sobra, lo sé. Tal vez el marido, tal vez el trabajo, tal vez el bebé, tal vez yo. Tal vez un poco de cada cosa. No estoy lista.
Pienso. Pienso que esta propuesta funciona porque sirve a demasiados, hombres, mujeres. No tenemos opción. Ayudan el aislamiento, la soledad, la distancia. No saber quién vive enfrente, todo es pautado, pensado, fraccionado.  Nada es personal.  Esto pienso mientras subo la escalera hasta el salón. Llegamos.
Entrego al bebé.
La vida es eso que encajo en las tres horas que tengo.
            Salgo corriendo, paró de llover.
            Siempre para de llover cuando menos lo necesito.  
Griselda Perrotta


(*) Mención en el Primera Certamen Nacional de Literatura de la Revista Conurbana.Cult, publicado en Voces del Cono Sur.