No me atrevo a mirar la silla. Se mueve sola. El
desplazamiento es mínimo, pero lo sé: la silla se mueve sola. Vengo
sospechándolo hace días, y ayer marqué en el suelo con un cuchillo el lugar
donde estaba puesta. Esta mañana lo confirmé: entre el raspón del suelo y la
silla hay por lo menos dos centímetros. No tengo miedo de la silla; sería
ridículo. Tengo miedo de lo que la mueve. Es algo que no se ve. Capaz que es
Gustavo. Pero yo con los muertos no me meto. Con esas cosas no se jode. Si
aparecen es porque quieren algo de uno, y vaya a saber qué quieren. Por las
dudas no la toco. Está justo frente a la cama, delante de la tele, y tengo
miedo de correrla. No sé cómo terminó ahí en el medio. Yo no la puse. Habrá
sido Inés, antes de irse. Seguro que sí. Para molestarme, no más. Si será
turra. Piensa que no me puedo mover de la cama y me viene a poner la silla
justo delante de la tele ¿Volverá hoy Inés? Si vuelve le puedo preguntar si
también ve que la silla se mueve. Si no, no. Si no vuelve no le puedo
preguntar. Y tampoco voy a comer nada, si no vuelve Inés, porque ella es la que
trae comida. Después de la operación el médico dijo que no podía levantarme,
eso me dice Inés que dijo el médico, y dice que tengo que hacer reposo todo el
tiempo porque si no me puede reventar el corazón. Yo no creo que a mí me vaya a
reventar el corazón como dice Inés. Si cuando ella no está me levanto lo más
bien y nunca me reventó. Para mí lo dice porque quiere que me quede quieta y no
la moleste. No le alcanzó con meterse en mi casa y empezar a portarse como la
dueña.
Y qué iba a hacer yo, si Gustavo la trajo, si
también es la casa de Gustavo. Era la
casa de Gustavo. Ahora Gustavo está muerto. Se cayó del techo cuando fue a ver
si con la tormenta se habían roto tejas, y quedó duro, ahí en el caminito de
piedras que bordea la casa. No se levantó más. Yo lo vi de acá desde de la
cama, porque cayó justo al lado del ventanal ese. Y la empecé a llamar a los
gritos a Inés pero me decía “¿qué querés vieja de mierda, no ves que estoy
hablando por teléfono?” Qué carajo iba a ver yo que estaba hablando por
teléfono si estaba en la cama y no me podía levantar; ahí sí que no podía no
podía, porque recién me habían operado y todavía tenía los puntos. Tardó como
cincuenta minutos en venir la guacha, y ahí lo vio y salió corriendo, llamó a
la ambulancia y todo, pero la ambulancia tardó como otros cincuenta en venir.
Yo lloraba a pecho vivo desde la cama pero no me daban ni bola; como si no
existiera. Gustavo todavía estaba vivo, porque desde acá yo lo escuchaba que le
balbuceaba a Inés mammma, mmmmammmmmmma, pero la muy soreta ni me vino a decir
nada, ni a buscarme ni nada; ni siquiera fue capaz de abrir el ventanal como yo
le pedía. Pienso a veces que si la turra de Inés hubiera llamado rápido a la
ambulancia capaz Gustavo se salvaba. Se lo dije y me reputeó. Es verdad, esas
cosas no pueden saberse. Se murió y se murió. No hay nada que hacer. Mi abuelo
decía que nadie muere en vísperas y es así. Era la hora de Gustavo y punto. Aunque,
si hubieran sido cincuenta minutos antes, capaz no era la hora de Gustavo. Tsssss,
yo qué sé. No hay que pensar más.
Ya de antes Inés me trataba para el culo, pero
desde que estamos las dos solas en la casa, que ya no está Gustavo, está
desbocada como yegua sin montura, la hija de puta. Ni me avisa cuando sale. A
veces pienso que no está y me levanto a buscar algo y se pone como loca, gritándome
que vuelva a la cama; pero ni se asoma para verme. Me tiene medio presa, acá.
Cuando salgo del cuarto voy siempre a tientas porque capaz pienso que no está y
sí está, y me caga a pedos. Si yo estuviera tan enferma como ella dice me vería
algún médico, pero a mí hace más de un año que no me revisa nadie. Desde la
operación. Ella me sigue dando las pastillas de la vez que me operaron; dice
que los médicos me las siguen dando. Yo no las tomo; las tiro por el inodoro.
Aunque nunca
nos llevamos bien. Ya cuando estaba Gustavo era una cosa de no poder estar
juntas en el mismo cuarto porque se armaba. O ella o yo. A Gustavo no lo iba a
echar nunca porque es mi hijo. Era mi
hijo. Y se vino a encajar con esta guacha y se la trajo a vivir con él. Ni me
avisó ni nada. Un día me levanto y estaban los dos en la cocina desayunando
café. Gustavo no desayunaba café. Esas son cosas de cogotudos. La gente normal
desayuna mate. El café es amargo y además te revienta el estómago. Eran cosas
de ella, esas. Eso, y todo lo que empezó a traer a esta casa, que la terminó
convirtiendo en un burdel, casi.
Gustavo pobrecito no salía nunca. Por lo de las
fobias, que los médicos habían dicho que, si no quería curarse él, no había
nada más que hacer. Años estuve
llevándolo a los médicos. Todo al pedo. Años y años, para que un buen día me
salieran con eso de que si no quería curarse él. Gustavo no daba bola ni a mí
ni a los médicos, pero a Inés sí la escuchaba. Ella no tenía problema con que él
no saliera a la calle, total ella hacía la suya, salía todo lo que quería, y
volvía acá a usarlo de hotel, la muy puta. Y ahora que Gustavo ya no está ni te
cuento. Peor que un hotel. Yo escucho
todo. Seré vieja pero el oído me funciona como a los quince.
Se quedó y no sé cómo sacarla. A mí nadie me va
a dar pelota; ya de antes de la operación decían que soy una vieja loca; que
estaba celosa por Gustavo, decían. Si me le enfrento la van a escuchar a ella,
que usa esos trajecitos ajustados de vendedora de freeshop y se pinta la boca
roja como un payaso. Además tendría que llegar hasta el teléfono, que está en
el living, y es muy peligroso porque me puede ver Inés.
A ella sí Gustavo la escuchaba. Las tejas no
estaban tan mal como para hacerlo subir, no había goteras ni nada. Él había
dicho, que le daba miedo. A quién no le va a dar miedo subirse a un techo a ver
las tejas. Y en chancletas lo hizo subir; le dijo que iba a tener mejor agarre
así. Y Gustavo pobrecito que no entendía nada le hizo caso, y no la pudo
contar.
Inés no me abandona para que me muera porque
tampoco le conviene. Creo que me quiere hacer pasar por loca para seguir
viviendo acá. Me cobra la jubilación; ella tiene la tarjeta, tuve que hacer así
de cuando me operaron, que no podía salir a cobrarla y Gustavo pobrecito él no
salía por lo de las fobias, así que le tuvimos que dar a ella la tarjeta y
desde ahí se la quedó. No me la devolvió más. Y encima dice que yo no puedo
salir. Dice que los médicos dicen.
Pero para mí es ella la que dice. Para mí son cosas de ella.
Ahora Inés controla todo. A veces cierra mi habitación con llave pero otras se olvida. Calculo que viene cada dos o tres días; y me deja capaz un termo con sopa o unos sánguches que me voy comiendo, una jarra con agua y las pastillas, acá en la mesita de luz; se ve que me los deja cuando estoy dormida porque nunca la veo. Capaz me habla de lejos, o me pega un grito, pero nunca me viene a ver. Debe hacer como no sé cuánto ya que no la veo. Desde que murió Gustavo, debe hacer.
Ahora Inés controla todo. A veces cierra mi habitación con llave pero otras se olvida. Calculo que viene cada dos o tres días; y me deja capaz un termo con sopa o unos sánguches que me voy comiendo, una jarra con agua y las pastillas, acá en la mesita de luz; se ve que me los deja cuando estoy dormida porque nunca la veo. Capaz me habla de lejos, o me pega un grito, pero nunca me viene a ver. Debe hacer como no sé cuánto ya que no la veo. Desde que murió Gustavo, debe hacer.
Pero mirá si será soreta dejarme la silla atravesada
entre la cama y la tele, si piensa que no me puedo levantar y que lo único que
hago es mirar televisión, me la deja ahí en el medio, ¿qué mierda de televisión
voy a mirar, con la silla ahí adelante? Y la tengo que mirar así, con la silla en el
medio, que no la voy a mover ni loca, ahora que sé que hay algo que la mueve.
Para mí que es Gustavo que la mueve, pero mejor
no me fijo. A mí los muertos no me gustan. Yo por las dudas no la toco.
Qué mala, Inés, dejar la silla ahí.
Si sabe que no me puedo levantar porque me va a
reventar el corazón.
Griselda Perrotta