Mi abuelo me decía que nunca hay que darle la espalda al mar. Entonces a mí todas las olas me rompían de frente, y me tragaba el agua, y la sal me hacía arder los ojos. Nunca podía barrenarlas, o nadar fácil. Yo le hacía caso por las dudas, porque él del mar sabía, como había vivido toda su vida en la costa. Bah, al menos eso era lo que yo pensaba, que mi abuelo había vivido toda su vida en la costa. Después me enteré de que a la costa se había mudado un poco antes de que yo naciera, porque decía que nadie lo entendía, y que ahí iba a estar solo y tranquilo. Pero en lugar de eso, su casa de solo y tranquilo se convirtió en el lugar de encuentro, una vez al año, de las personas que él había elegido no ver nunca más, todas juntas. Yo creo que a él en el fondo le gustaba, que todos estuviéramos ahí, los cinco primos, con las mamás y los papás, y el tío. Los papás y el tío son todos hijos del abuelo; y los primos somos los nietos. Por un lado, Uriel y yo, que soy la más grande; y por el otro, los mellizos, que son casi como yo, y Matilda, que es chiquita. El tío Mariano no tiene hijos.
Que al abuelo le gustaba que fuéramos es lo que me parecía a mí. Yo creo que él no lo decía porque así los papás, las mamás y el tío tenían algo de qué hablar después de las vacaciones de invierno, cuando ya había que pensar en el verano, y así de repente en agosto todos se empezaban a llamar por teléfono, y a hablar mal del abuelo. Si no, no se hablaban nunca.
Después fui aprendiendo a prestar atención a las conversaciones de los grandes, y me di cuenta de que, antes de mudarse a la casa de la playa, cuando vivía acá, del abuelo no se acordaba nadie en todo el año, más que para hacerle reclamos de cosas que ya no se podían solucionar. Como la poca atención que le había dado a la abuela, la inversión de los campos que salió mal, lo que había gastado en la casa de la playa, que se había convertido en un ermitaño, que no hablaba con nadie. Y también cosas de mucho antes, de cuando él era joven. Yo había visto una película de un chico que viajaba al pasado con una máquina, y pensaba que por qué el abuelo no usaba esa máquina, iba al pasado y solucionaba todo, y así los grandes iban a poder hablar de otras cosas.
Yo siempre presto atención a lo que dicen los grandes, y a lo que hacen también. Pero por lo general no cuento nada, porque a veces lo que dicen es difícil, o no entiendo bien lo que escucho, o lo que veo, y capaz me equivoco. O capaz me doy cuenta de que es importante pero no entiendo bien lo que significa. Me acuerdo de que una vez, después de apagar las velitas de Matilda, los chicos nos fuimos a jugar a las escondidas. Yo quería elegir un lugar que a los otros no se les ocurriera, y entonces me metí abajo de la mesa donde estaban sentados los grandes. Ahí ninguno me iba a ir a buscar, porque donde estaban los grandes los chicos nunca iban, y al revés tampoco. Entonces cuando estaba ahí abajo bien callada para que no me encontraran, veo que la tía Corina le estaba tocando la rodilla por abajo la mesa a papá, despacito, como me hace mamá en la frente para dormirme. Y papá tenía su mano arriba de la mano de Corina, y también le tocaba la mano a ella despacito. La tía Corina era la novia del tío Mariano. Ellos no estaban casados, pero yo igual le decía tía porque para mí era igual que la mamá de Matila y los mellizos, que sí es tía. Cuando los vi me pareció raro que se hicieran como mimos, porque Corina y papá se llevaban re mal; siempre discutían a los gritos delante de todos. Y cuando discutían papá le decía que ella no opinara porque no era de la familia; y entonces Corina se quedaba callada con cara de loca, o a veces se ponía a llorar, o se iba. Esa noche que la vi tocándole la rodilla, después de que los grandes se levantaron de la mesa, yo la seguí a Corina por la casa, para ver a dónde iba, y vi que bajaba la escalera y entraba al garaje. Me quedé sentada en la escalera, y entonces empecé a escuchar unas voces que venían de adentro, de gente que discutía como en voz muy bajita, como si alguien estuviera durmiendo y no quisieran despertarlo, pero se notaba que estaban peleando o algo así. Y después de un rato re largo vi que del garaje salía papá. Él cuando me vio se puso nervioso, me preguntaba “¿qué hacés acá, qué hacés acá, hace mucho que estás?”, y me hizo levantarme e ir con él para donde estaban todos. Ese día en el auto, cuando volvíamos, papá hablando de otra cosa le dijo a mamá que con Corina no se juntara más porque era una trepadora. Por las dudas yo no dije nada de lo de la rodilla, porque Corina era mala, y papá a veces también era malo, y a mamá no le quería contar porque no sabía bien qué quería decir trepadora. Pero ese año, que yo estaba en segundo, para mi cumpleaños me regalaron un diccionario, y cuando mamá me lo dio, lo primero que hice fue buscar qué era trepadora, y vi que era algo de poder trepar, y me pareció que estaba buenísimo. No entendí por qué papá le había dicho a mamá que no se juntara con Corina; capaz porque mamá es medio gordita, y ella no podría trepar; y entonces si mamá se juntaba con la tía Corina y justo se cruzaban con un árbol, pobre mamá se iba a tener que quedar abajo mientras Corina trepaba. No sé bien qué pasó con la tía Corina, pero nadie la volvió a ver después del cumpleaños de Matilda. Tampoco fue ese verano a la casa de la playa.
Los demás sí fuimos. A los chicos nos encanta. Aunque los grandes se quejaran tanto del abuelo, a nosotros siempre nos trataba re bien. Hacía cosas que los grandes no veían. Siempre exigía que le dijeran exactamente qué día íbamos a llegar todos. Esto a los grandes los enojaba un montón, porque decían que no sólo se había ido al carajo, sino que además de ir a verlo al culodelmundo, ahora había que darle explicaciones. Carajo también la busqué, pero no entendí lo que quería decir; y culodelmundo no estaba. Para mí igual no era que el abuelo quería explicaciones. Yo creo que preguntaba bien bien qué día, porque siempre el día que llegábamos tenía listas cinco manzanas con caramelo, el bidón de agua, cinco frascos con agujeritos y la red; y cuando llegábamos, a los grandes casi ni los saludaba, y a nosotros nos subía a la parte de atrás de la camioneta y nos llevaba a la playa a buscar pececitos. Teníamos ese secreto con el abuelo: nunca le decíamos a los grandes a dónde íbamos. Había que ver la cara de ofendidos que ponían, viendo cómo nos íbamos todos los chicos atrás, conteniendo la sonrisa y tratando de poner cara de serios. En la playa no había casi nadie, así que la teníamos para nosotros solos. Las manzanas, la red y los frasquitos los tenía escondidos, y recién cuando llegábamos a la playa sacaba todo. Era por diversión, no más, porque los pececitos que sacábamos con la red después los devolvíamos al mar. Cuando volvíamos, los grandes siempre estaban furiosos; se notaba que habían estado todo ese tiempo hablando mal del abuelo. A mí nadie me pregunta, pero por más que tuviéramos plata para ir a otro lado, si me dan a elegir, yo siempre elegiría la casa del abuelo en la playa.
El abuelo a los chicos nos trataba siempre bien, pero no es que fuera buenito ni nada, porque si no, no hubiera pasado lo que pasó hace dos vacaciones. Estábamos también jugando a las escondidas pero en la casa de la playa, y como me había funcionado lo de la mesa la vez del cumpleaños de Matilda, otra vez elegí ahí. Los grandes estaban fumando afuera; en la mesa estaba nada más el abuelo, leyendo el diario; y entonces sonó el teléfono y lo atendió. Cuando atendió dijo “Hola Corina, cómo estás”, y a mí me sorprendió, porque los grandes decían que el abuelo era ermitaño (que también la tuve que buscar), y la conversación que el abuelo tenía con esta Corina no era de ermitaño. Primero pensé que “¡Uau, qué casualidad, el abuelo tiene una amiga que se llama Corina igual que Corina!” Y de curiosa me quedé escuchando; además no iba a aparecer de abajo de la mesa, que el abuelo no sabía que yo estaba ahí y capaz lo asustaba, o lo hacía enojar. Por teléfono él le decía a esta Corina cosas que no eran de ermitaño, ni de amigo, como mi amor, querida, te extraño, prontito, y cosas así que se decían mamá y papá, o que yo sabía de los libros, o de las películas; así que me di cuenta de que no era una amiga, que capaz el abuelo ahí en la playa tenía una novia. ¡Y que se llamaba Corina, como Corina! Pero entonces él empezó a decir que se sentía culpable de que estuvieran haciéndole esto a su hijo, que si se enteraban Andrés o Martín no le hablaban nunca más (Martín es papá; y Andrés es el tío, el papá de Matilda y los mellizos), que ni hablar de Mariano, que sería capaz de matarlo. Y ahí, de escuchar lo que decía, me di cuenta de que Corina era la Corina que antes era novia del tío Mariano, y que el abuelo y ella le estaban haciendo algo al tío, y que era grave también, porque si se enteraba iba a matarlo, y yo sabía que matar era grave. Después de hablar, el abuelo se prendió un cigarrillo de los gruesos marrones con olor feo y se lo fumó todo ahí en la cocina, tomando un líquido amarillo que parecía té pero que se lo sirvió en un vaso redondo y bajito.
El tío Mariano es mi preferido, y yo soy era su preferida, porque soy la primera de las nenas, dice él. Y si tenía que elegir entre que le pase algo grave al abuelo o que le pase algo grave al tío, yo me quedaba con el tío. Como en mi familia hablaban siempre difícil, para ese verano yo ya iba a todos lados con el diccionario por las dudas. Unos me decían que estaba loquita, otros que era una intelectual, otros que me quería hacer la canchera. Yo lo llevaba siempre porque me hacía sentir segura, saber bien qué significaba lo que decían los grandes.
Después de escuchar al abuelo hablar con la Corina que al final era Corina, por las dudas antes de contarle al tío, o a mamá, busqué en el diccionario algunas de las palabras que había usado el abuelo, y no entendí nada. Algunas eran partes del cuerpo, como pechos, muslos o entrepierna, y otras no tenían ningún sentido en la conversación, como lamerte o montarme; y entonces me pareció que el abuelo y la tía Corina estaban hablando en clave para que nadie entendiera. Yo eso lo había visto en una película de espías, que son gente que te traiciona, y en la película al final terminaban matando a todos, y entonces tuve miedo de que Corina y el abuelo fueran dos espías y que estuvieran planeando hacerle algo malo al tío Mariano. Así que, para que no pasara un desastre, le conté primero a mamá la conversación de Corina con el abuelo, y ella me empezó a preguntar detalles, muchos, y no sé cómo salió también lo de trepadora, del día de la rodilla de papá, que él le tocaba la mano a la tía, y lo del garaje. Mamá se puso medio loca, me preguntaba si estaba segura, y me pedía más datos. Me preguntaba cómo le tocaba, y qué había hecho papá, y me hizo repetirlo un montón de veces. Y después salió re enojada y lo fue a buscar a papá, que estaba afuera fumando con los grandes. Se pelearon re fuerte, tan fuerte que los gritos se escuchaban desde adentro. Mamá le preguntaba a los gritos que por qué le había correspondido la caricia a la putaesa. Los chicos estábamos todos adentro, y nos quedamos escuchando. Yo tenía el diccionario y buscamos rápido correspondido pero no entendimos nada. Y putaesa también, pero no la encontramos.
Mientras mamá y papá peleaban iban gritando todo lo que yo le había contado a ella, y también papá decía que con Corina había tenido "una relación de amistad" porque se entendían pero "nunca había pasado nada". Las palabras esas no las buscamos porque sabíamos lo que eran, pero igual no entendimos lo que decía papá. Y entonces cuando estaban en plena pelea, por la ventana desde adentro, los chicos vimos que los tíos se levantaron de las reposeras como si se hubiera largado a llover de golpe, tenían los ojos como con fuego, parecían como los dragones del libro de los vikingos que me había traído Papá Noel; y entraron corriendo directo a la habitación del abuelo. Pero cuando estaban abriendo la puerta se escuchó arrancar la camioneta, y por la otra ventana vimos que el abuelo salía manejando con todo.
Desde ese día al abuelo no lo vimos más. Igual, aunque él se hubiera ido, nos quedamos hasta el final del verano como siempre, todos menos el tío Mariano, que se fue. Pero los grandes estaban raros. Papá y mamá, sobre todo, que casi no se hablaban. Cuando volvimos seguían raros, y el tío Mariano no venía más a casa. Pero sí me seguía llamando como siempre, para ver cómo estaba, y a veces le pedía permiso a mamá, y del colegio me pasaba a buscar él y me llevaba a tomar un helado, o la merienda. El verano del año pasado fuimos a la casa de la playa todos menos el tío Mariano. Yo pregunté por qué no había ido, pero nadie me dijo.
Un día ya acá le pregunté a él, y me contó que con papá estaban un poco distanciados. Busqué distanciados y me puse triste. Pero ahora hace poco me dijo que habían hablado con papá y habían decidido dejar atrás el pasado, así que este año vamos a pasar el verano a la casa de la playa todos juntos. Menos el abuelo, que desapareció; y Corina, pero ella de antes ya no venía más.
Falta poco para las vacaciones y estamos todos contentos.
Yo sigo sin darle la espalda al mar.
Griselda Perrotta