miércoles, 22 de julio de 2015

La silla

No me atrevo a mirar la silla. Se mueve sola. El desplazamiento es mínimo, pero lo sé: la silla se mueve sola. Vengo sospechándolo hace días, y ayer marqué en el suelo con un cuchillo el lugar donde estaba puesta. Esta mañana lo confirmé: entre el raspón del suelo y la silla hay por lo menos dos centímetros. No tengo miedo de la silla; sería ridículo. Tengo miedo de lo que la mueve. Es algo que no se ve. Capaz que es Gustavo. Pero yo con los muertos no me meto. Con esas cosas no se jode. Si aparecen es porque quieren algo de uno, y vaya a saber qué quieren. Por las dudas no la toco. Está justo frente a la cama, delante de la tele, y tengo miedo de correrla. No sé cómo terminó ahí en el medio. Yo no la puse. Habrá sido Inés, antes de irse. Seguro que sí. Para molestarme, no más. Si será turra. Piensa que no me puedo mover de la cama y me viene a poner la silla justo delante de la tele ¿Volverá hoy Inés? Si vuelve le puedo preguntar si también ve que la silla se mueve. Si no, no. Si no vuelve no le puedo preguntar. Y tampoco voy a comer nada, si no vuelve Inés, porque ella es la que trae comida. Después de la operación el médico dijo que no podía levantarme, eso me dice Inés que dijo el médico, y dice que tengo que hacer reposo todo el tiempo porque si no me puede reventar el corazón. Yo no creo que a mí me vaya a reventar el corazón como dice Inés. Si cuando ella no está me levanto lo más bien y nunca me reventó. Para mí lo dice porque quiere que me quede quieta y no la moleste. No le alcanzó con meterse en mi casa y empezar a portarse como la dueña.
Y qué iba a hacer yo, si Gustavo la trajo, si también es la casa de Gustavo. Era la casa de Gustavo. Ahora Gustavo está muerto. Se cayó del techo cuando fue a ver si con la tormenta se habían roto tejas, y quedó duro, ahí en el caminito de piedras que bordea la casa. No se levantó más. Yo lo vi de acá desde de la cama, porque cayó justo al lado del ventanal ese. Y la empecé a llamar a los gritos a Inés pero me decía “¿qué querés vieja de mierda, no ves que estoy hablando por teléfono?” Qué carajo iba a ver yo que estaba hablando por teléfono si estaba en la cama y no me podía levantar; ahí sí que no podía no podía, porque recién me habían operado y todavía tenía los puntos. Tardó como cincuenta minutos en venir la guacha, y ahí lo vio y salió corriendo, llamó a la ambulancia y todo, pero la ambulancia tardó como otros cincuenta en venir. Yo lloraba a pecho vivo desde la cama pero no me daban ni bola; como si no existiera. Gustavo todavía estaba vivo, porque desde acá yo lo escuchaba que le balbuceaba a Inés mammma, mmmmammmmmmma, pero la muy soreta ni me vino a decir nada, ni a buscarme ni nada; ni siquiera fue capaz de abrir el ventanal como yo le pedía. Pienso a veces que si la turra de Inés hubiera llamado rápido a la ambulancia capaz Gustavo se salvaba. Se lo dije y me reputeó. Es verdad, esas cosas no pueden saberse. Se murió y se murió. No hay nada que hacer. Mi abuelo decía que nadie muere en vísperas y es así. Era la hora de Gustavo y punto. Aunque, si hubieran sido cincuenta minutos antes, capaz no era la hora de Gustavo. Tsssss, yo qué sé. No hay que pensar más.
Ya de antes Inés me trataba para el culo, pero desde que estamos las dos solas en la casa, que ya no está Gustavo, está desbocada como yegua sin montura, la hija de puta. Ni me avisa cuando sale. A veces pienso que no está y me levanto a buscar algo y se pone como loca, gritándome que vuelva a la cama; pero ni se asoma para verme. Me tiene medio presa, acá. Cuando salgo del cuarto voy siempre a tientas porque capaz pienso que no está y sí está, y me caga a pedos. Si yo estuviera tan enferma como ella dice me vería algún médico, pero a mí hace más de un año que no me revisa nadie. Desde la operación. Ella me sigue dando las pastillas de la vez que me operaron; dice que los médicos me las siguen dando. Yo no las tomo; las tiro por el inodoro.
Aunque nunca nos llevamos bien. Ya cuando estaba Gustavo era una cosa de no poder estar juntas en el mismo cuarto porque se armaba. O ella o yo. A Gustavo no lo iba a echar nunca porque es mi hijo. Era mi hijo. Y se vino a encajar con esta guacha y se la trajo a vivir con él. Ni me avisó ni nada. Un día me levanto y estaban los dos en la cocina desayunando café. Gustavo no desayunaba café. Esas son cosas de cogotudos. La gente normal desayuna mate. El café es amargo y además te revienta el estómago. Eran cosas de ella, esas. Eso, y todo lo que empezó a traer a esta casa, que la terminó convirtiendo en un burdel, casi.
Gustavo pobrecito no salía nunca. Por lo de las fobias, que los médicos habían dicho que, si no quería curarse él, no había nada más que hacer. Años estuve llevándolo a los médicos. Todo al pedo. Años y años, para que un buen día me salieran con eso de que si no quería curarse él. Gustavo no daba bola ni a mí ni a los médicos, pero a Inés sí la escuchaba. Ella no tenía problema con que él no saliera a la calle, total ella hacía la suya, salía todo lo que quería, y volvía acá a usarlo de hotel, la muy puta. Y ahora que Gustavo ya no está ni te cuento. Peor que un hotel. Yo escucho todo. Seré vieja pero el oído me funciona como a los quince.
Se quedó y no sé cómo sacarla. A mí nadie me va a dar pelota; ya de antes de la operación decían que soy una vieja loca; que estaba celosa por Gustavo, decían. Si me le enfrento la van a escuchar a ella, que usa esos trajecitos ajustados de vendedora de freeshop y se pinta la boca roja como un payaso. Además tendría que llegar hasta el teléfono, que está en el living, y es muy peligroso porque me puede ver Inés.
A ella sí Gustavo la escuchaba. Las tejas no estaban tan mal como para hacerlo subir, no había goteras ni nada. Él había dicho, que le daba miedo. A quién no le va a dar miedo subirse a un techo a ver las tejas. Y en chancletas lo hizo subir; le dijo que iba a tener mejor agarre así. Y Gustavo pobrecito que no entendía nada le hizo caso, y no la pudo contar.
Inés no me abandona para que me muera porque tampoco le conviene. Creo que me quiere hacer pasar por loca para seguir viviendo acá. Me cobra la jubilación; ella tiene la tarjeta, tuve que hacer así de cuando me operaron, que no podía salir a cobrarla y Gustavo pobrecito él no salía por lo de las fobias, así que le tuvimos que dar a ella la tarjeta y desde ahí se la quedó. No me la devolvió más. Y encima dice que yo no puedo salir. Dice que los médicos dicen. Pero para mí es ella la que dice. Para mí son cosas de ella.
        Ahora Inés controla todo. A veces cierra mi habitación con llave pero otras se olvida. Calculo que viene cada dos o tres días; y me deja capaz un termo con sopa o unos sánguches que me voy comiendo, una jarra con agua y las pastillas, acá en la mesita de luz; se ve que me los deja cuando estoy dormida porque nunca la veo. Capaz me habla de lejos, o me pega un grito, pero nunca me viene a ver. Debe hacer como no sé cuánto ya que no la veo. Desde que murió Gustavo, debe hacer.
Pero mirá si será soreta dejarme la silla atravesada entre la cama y la tele, si piensa que no me puedo levantar y que lo único que hago es mirar televisión, me la deja ahí en el medio, ¿qué mierda de televisión voy a mirar, con la silla ahí adelante?  Y la tengo que mirar así, con la silla en el medio, que no la voy a mover ni loca, ahora que sé que hay algo que la mueve.
Para mí que es Gustavo que la mueve, pero mejor no me fijo. A mí los muertos no me gustan. Yo por las dudas no la toco.
Qué mala, Inés, dejar la silla ahí.
Si sabe que no me puedo levantar porque me va a reventar el corazón.
Griselda Perrotta


miércoles, 8 de julio de 2015

La fiesta de Mauricio

La fiesta de Mauricio se pone de lo más brava. Es la mejor de todas porque, como su papá es rico, contrata los mejores planners y animadores, para que al nene no le falte nada. Quiere un poco lavar culpa, porque durante los primeros años, cuando Mauricio era chiquito, estaba todo el día dale que te dale trabajando y trabajando, para hacer mucha mucha plata. Pero ahora que está grande, pudo parar un poco y dedicarse a su familia.
De chiquito nadie quería juntarse con Mauricio porque, además de malcriado y egoísta, era (y sigue siendo) bastante lento, prejuicioso y berrinchero, todas cualidades que no gustan a los niños —ni a los grandes, para ser francos—. Y además, como habla mal, en ese entonces todos los chicos lo cargaban. Tiene un problema con la erre que, en lugar de hacer la erre, hace para adentro con los dientes y saca los colmillos como un vampiro, o como si le estuviera haciendo a otro “hannnnnnnvre nene”; entonces en lugar de decir por ejemplo “dirigente” dice una cosa así como “divigente”, con la v corta suavecita y los dientes para afuera. Su papá, como dijimos, estaba muy ocupado trabajando y nunca se molestó en dar cuenta de esta anormalidad que las maestras marcaban, por lo que Mauricio creció y creció hasta que el defecto quedó asentado, y ahora no puede decir cosas simples como povsupuesto, vevdad o divevsión, sin que por lo bajo los demás chicos rían. Y es que, aunque Mauricio no lo sepa, si bien es cierto que ahora está rodeado de otros nenes, esos nenes no es que lo aprecien, ni que lo quieran, porque esos chicos que se juntan con él, en realidad, no son sus amigos. Mauricio amigos no tuvo nunca.
Cuando su papá ya tuvo más tiempo y le armó el primer cumpleaños, fue de lo más triste, porque a esa fiesta no vino nadie. Pero Mauricio ni se mosqueaba. Como si no le importara nada, si venían, si no venían; se pasó la tarde jugando solo en el pelotero gigante; se bancó sentadito, con la piernas cruzadas, la obra de teatro infantil; hizo todos los personajes del juego de los tres cerditos (la mamá, el lobo y los tres chanchos); pidió que lo ayudaran a agarrar solo todos los globos de la fiesta para ver si salía volando —lo cual, por supuesto, no ocurrió—; y finalmente se cantó el cumpleaños a sí mismo, se aplaudió, fue hasta el espejo para besar su imagen reflejada, volvió a la mesa y apagó las velitas. Luego trató de auto-llevarse en andas pero, como es físicamente imposible levantar algo y ser ese algo levantado al mismo tiempo, cayó al piso como torre de yenga. Torta no quiso, porque dice que lo dulce no le llama. Todo esto transcurrió ante la mirada atónita de los animadores, la dueña del salón y el padre de Mauricio, que así caía en la cuenta de que su hijo era un freak. Las causas, vaya uno a saber, pensó el tipo; y en todo caso, es más difícil trabajarlas que construir a partir de ellas —porque, si algo puede decirse del papá de Mauricio, es que un hombre pro-activo—; y así comenzó a idear alrededor del niño una imaginario abstracto, confortable e indolente. Algo compatible con su hijo, pero que fuera funcional. Luego el tiempo diría qué puede hacer uno con personalidad semejante. Lo importante era elaborar algo a lo que Mauricio pudiera amalgamarse, pasando desapercibido, casi; pero que fuera algo grande; y, por extraño que suene, hay siempre un grupo, conjunto o franja de gente, a la cual lo que uno hace resultará atractivo, si se invierte en ello tiempo y dinero suficiente. Y así fue con Mauricio.
 Con la periferia lista, que llevó casi un año armarle, lo primero que hizo su padre fue determinar el target. Elaboró un listado de niños prospecto, acordes a ser seducidos por la personalidad inerte del niño y de la red que a su alrededor el hombre había tramado. Muy a su pesar, notó que los compañeros que podían interesarse en estar cerca de Mauricio no eran los que tuvieran por su hijo algún tipo de interés (amigos, si se quiere), ni tampoco los que disfrutaran alguna cosa en particular como grupo colectivo, ni ninguna de las cosas que él, como empresario que era, buscaba en ese listado. Lo que unía a esos niños, el hilo que, más que unirlos, los enhebraba como columna penosa, era que ellos, al igual que Mauricio, eran chicos excluidos con los que nadie quería juntarse. Por motivos diferentes —algunos mentales, otros emocionales, muchísimos conductuales (que ahora está tan de moda), o del tipo que fuere—. Como sea, eran niños que ni entre ellos querían juntarse. Entonces el papá de Mauricio supo, con sus años de experiencia, que para reunirlos había que armarse un motivo, un evento o una causa a la que no pudieran resistir. El próximo cumpleaños sería el momento indicado.   
Fue así que, sumado a gastarse como mil en cotillón del bueno y asegurarse a los mejores payasos del mercado, el señor —además de invitar a ese conjunto lacroso que conformaba la lista, para asegurarse la asistencia (con la que el año anterior no había contado, pese a haberlos también participado del evento)—, esta vez decidió ofrecerles, a cambio de estar presentes, algún regalito, lugares privilegiados en la fiesta, porción extra de torta, roles con nombre pomposo (como Subsecretario de la Piñata, Vicedirector Adjunto del Subibaja o Gerente de la Wii), por más que esos niños fueran los más troncos, brutos y sociópatas del condado.
Entonces, más allá del cómo, y gracias a la estrategia, Mauricio contó en su fiesta de cumpleaños con un montón de chicos a los que los demás no querían invitar a las suyas; o que, cuando eran invitados, quedaban rápidamente al margen. Eran nada menos que el 30% de los chicos de la escuela. Un número alto. Con ese 30% Mauricio empezó su plataforma, y el evento de una sola vez se empezó a tratar en las sombras bajo el genérico “La Fiesta de Mauricio”.
Año a año, cada vez más subnormales llegan sin ser convocados por Mauricio ni su papá. La invitación fue yendo de boca en boca, de troncho en troncho, hasta que no hubo un outsider en toda la ciudad que no estuviera presente. Y el que no lo está, es porque sobrepasa los altos niveles de insensatez que se mueven en la Fiesta. Y eso que estamos hablando de un nivel alto. Muy alto.
Con el tiempo, el papá de Mauricio se sintió liberado de no tener que ofrecer más extras a cambio de la presencia. Los tronchos ya vienen solos, hasta contentos, y se ofrecen los extras entre ellos: el que invita le exige al convidado, como una catarata de la mediocridad plena. Y Mauricio, chocho. Su Fiesta siempre en la cima.
Y lo que es mejor, ya a nadie le importa ni Mauricio, ni su papá ni el cumpleaños, sino la Fiesta en sí misma, que se convirtió en el motivo propio de la asistencia, sin nada que festejar ni nadie a quien agasajar. La Fiesta es lo único que importa. Y tan metidos están todos, que en lugar de seguir insistiendo en el motivo, o en el homenajeado, cosas que claramente a nadie ya importan, el papá de Mauricio fue vivo y, anticipándose a que él no siempre va a estar, porque bueno, aunque sea rico y poderoso, algún día va a morirse, como cualquier cristiano, se encargó de dejar todo armadito para que la Fiesta de su nene no se termine nunca —o al menos es su deseo; lo que luego ocurra, solodioslosabe—.
Para hacerlo, se dejó de rodeos y empapeló la ciudad con carteles del color del sol que invitan al niño gris a seguir participando, y para que no queden dudas, dice: “Si se sienten apartados, si nunca los han querido, si de ahora en adelante muy bien la quieren pasar; vengan, vengan, no demoren, los estamos esperando. Lentos, malos, ignorantes, brutos y maleducados, a la Fiesta de Mauricio, están todos invitados”.
Griselda Perrotta 

martes, 7 de julio de 2015

Presentación Revista Ficcionario


     Para hablar la palabra hay que destrozarla. Atreverse a cuestionar; a preguntarse por qué la c queda abierta, si no tiene acaso igual derecho que la o, a ser redonda, perfecta, cerradita; o si la e, de noche, a solas, aspira a despertar conversa en ele. El mensaje no está en la sintaxis ni en el morfema. Qué novedad. Y aun así, el mundo nos pide forma. Forma reconocible, clasificable, materia homogénea vendible a montones. En góndolas de supermercado, si es posible. Mercado chico, mercado grande, mercado alterno, mercado under, mercado al fin. Si hay mercado tendrá reglas; y a ellas, a conformarse. El ámbito literario no escapa al férreo mandato. Sin embargo, hay esperanza.

   Revista Ficcionario llega con una propuesta subversiva: espacios donde desmenuzar el lenguaje es posible, donde se escribe y donde se lee; espacios para pensar, para crear, para sentir.
     Gracias Facundo Floria y Facundo Rizzi por gestar la idea y por poner el cuerpo; por pararse encima de la mesa para gritar lo que duele; por haberse tomado el trabajo de leer mis cuentos sin conocerme; por la oportunidad de decir.
     Esta es una foto que me sacaron leyendo un cuento en la presentación de Ficcionario. Honor.