"Griselda Perrotta estuvo mirando bien. Prestó atención a las preguntas escondidas en los personajes del pueblo, a la música de Once, a las palabras que los adultos deslizan en la curiosidad honesta de los niños. El tono inocente (y hermoso) con el que está escrito le da el sabor de transcripción: de nuestros barrios, de las familias y de la magia blanca que nos habita. Perrotta necesita de un lector-traductor que entienda que hay mucho detrás de lo que se enuncia, la nena de uno de sus cuentos, que se vale de un diccionario para abrir la puerta de lo que los grandes charlan en las sobremesas.” (Nadia Crantosqui)